Llegando a los lugares más hermosos

Tengo una fascinación por caminar. Siempre me ha gustado hacerlo y no solo por los beneficios a nivel de salud sino por lo que se conoce en el camino a diferencia de ir en carro. De mis viajes recuerdo haber caminado por la ciudad de Chicago guiándome por los edificios más altos para llegar a mi destino y también recuerdo haberme perdido en Buenos Aires y pasarle por el frente un par de veces al edificio donde iba sin darme cuenta. En Dallas crucé una autopista que tenía una parte en construcción  para llegar al supermercado, eso fue un susto pero regresé al hotel feliz con mis compras y las manos rojas del peso de las bolsas.

Mi extraño sentido de ubicación no ha sido limitante para haberme iniciado en el senderismo, claro, no voy sola pero aun así hay que tener cuidado para no perderse después de ir al baño, por ejemplo (el que ha ido al baño en el monte entienda).

Caminar deja sus moralejas, enseña al que quiere aprender algo. A mi me ha enseñado que llegar a los lugares más hermosos conlleva esfuerzo, tiempo, preparación y dedicación. Se pasa frío, calor, dolor y sed pero cuando finalmente uno llega, sabe que todo valió la pena y entiende que es algo sumamente especial, un lugar privilegiado al que muchos no llegarán por no querer pagar el precio o bien por no poder del todo y eso muy dentro de mi me vuelve agradecida y me hace sentir llena de dicha.

 También pienso que así es el caminar cuando uno quiere tener una vida que agrada a Dios. No es un camino fácil, uno se cae y se levanta y luego  va con paz, esperanza y felicidad, como respirando el aire fresquito que hay en la montaña,  parando a ratitos y volviendo a tomar impulso y así al final cuando lleguemos, sabremos que valió la pena. Caminar por la vida es trazar el rumbo hacia la eternidad, con Dios o lejos de Él. Eso depende de nosotros.

 Porque estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. Mateo7:14